Aterrizar en Santo Domingo por la noche no dejó que se la conociera bien. No vimos el mar mientras nos conducían por el malecón, tampoco las casitas construidas de colores, y menos aún la diversidad de su gente. Una de las mayores características de la isla, aunque todo el mundo conozca sus preciosas playas, es la desigualdad entre su población. Podemos afirmar que existe una clase media pero en su mayoría está viviendo una persecución económica que a pasos agigantados la está haciendo desaparecer. Los precios aquí son caros: la compra semanal en un supermercado “popular” cuesta lo mismo que en España, los alquileres rondan la oferta española actual, el agua, la luz y la gasolina cada día suben un “chin” más y los sueldos son bajos.
Así, no es extraño que una rama familiar viva en el extranjero, como tampoco, que la juventud con estudios superiores esté molesta aún teniendo un trabajo acorde con sus estudios. A pesar de identificarse con su labor diaria, ahorrar conlleva convivir en la casa familiar cuando se está en edad de independizarse, y sobretodo esfuerzos para desprenderse de lo adherente a la vida social que predomina en la etapa juvenil.
Si dejamos de lado la clase media, la extrema pobreza y riqueza luchan entre ellas en las calles de Santo Domingo. Nosotras que tenemos la suerte de ver a diario los contrastes, advertimos con asombro las disparidades de esta sociedad bizarra. Muchos otros, más adelante, nos han repetido que cada día es kafkiano en ésta ciudad. La ONG se encuentra en unos de los barrios más pobres de la ciudad: los niños caminan descalzos y alegres por las calles, todo el mundo tiene algo que ofrecer y vender, y mientras nadie quiera nada se entretienen mirando al resto del mundo o sacando la libreta de los deberes escolares. Los niños limpiabotas dicen que por las mañanas van al colegio público y por las tardes, después de viajes de 45 minutos, hasta bien entrada la noche se ganan la vida.
Hace unos días conocimos el centro de la ciudad, edificios de hormigón y asfalto, y mientras mirábamos desde la guagua (microbús o auto público) aparecían ante nuestros ojos los coches más caros del mercado que ni en Barcelona o en Madrid hemos visto pasearse. Nos comentan que aquí se instaló la única sucursal de Jaguar de toda Latinoamérica. Y el anterior presidente construye el centro de la ciudad con la idea de recrear un Little NY que tras shopping malls entre palmeras, al estilo Miami, le felicitan y se felicita a sí mismo por el resultado. Aquí viven y trabajan muchos dominicanos que disfrutan también del restaurante más caro del país (nosotras no nos lo podemos permitir), de las discotecas y las coctelerías. Esto es el desarrollo y el orgullo del país, y no sin parte de razón para los ciudadanos occidentalizados que en su mayoría esconden sus raíces con complejo como un día lo hizo Trujillo con sus antepasados haitianos.
Medir el nivel de desarrollo de un país implica a toda la sociedad, no se puede pretender obviar un parte de tu ciudad, siendo ésta donde la esencia o la complejidad siempre existente en todas las naciones del mundo. Negarse a edificar el futuro sin conocer la historia ni respetar y valorar los actores implicados conlleva a desigualdades sociales, al conflicto social y a la pérdida de la oportunidad de construir una nación que todos, al fin y al cabo, queréis.